Cuando muere el dueño de una mascota (parte 1/4)



Mucho hemos tratado en este blog sobre el doloroso tema de perder a nuestra mascota, a nuestro amigo. Hemos contado experiencias y formas de superar el dolor tan grande. Pero ¿qué pasa si somos nosotros, los dueños, los que nos vamos antes que nuestro peludo amigo?



Cuando morimos, un vínculo se rompe


El ser humano puede vivir hasta poco más de 90 años (salvo pocas excepciones), un perro o un gato no suelen vivir más de trece o dieciocho años (salvo otras muy pocas excepciones), lo cual representaría la cuarta o hasta sexta parte de la vida de un humano.

Esto significa que nuestros amigos animales están a nuestro lado por muy poco tiempo, eso sin mencionar a otras especies como los roedores, cuyo periodo de vida es más corto aún. Y es triste para nosotros el hecho de admitir que mientras nosotros continuamos con nuestro trajinar diario, nuestras mascotas crezcan y envejezcan en cuestión de meses y mueran pocos años más tarde.


Justamente por los periodos de vida de mascotas y personas, suele preocuparnos más el hecho de perderlas a que nosotros muramos primero. Pero no sabemos si el día de mañana e incluso hoy mismo nos ocurra algún accidente o alguna otra circunstancia violenta y muramos. O que nos enfermemos y no exista cura posible a nuestra enfermedad y sucumbamos. Cualquiera que sean las causas, estamos expuestos a morir en cualquier momento. Y sin afán de ser fatalistas debemos pensar hoy en lo que pueda ocurrirnos después.

Piensa un momento en esto: ¿Quién se encarga de asear, alimentar, recordar en desparasitar y vacunar a nuestra mascota, bañarla y llevarla a pasear?
.

Es muy probable que sólo lo haga una persona (el dueño), y que en contados casos lo hagan también otros miembros de la familia. Si esta es nuestra situación, cuidado: esto significa que la salud y el bienestar de nuestro amigo animal dependen enteramente de uno y que sin nosotros no sobreviviría o que en dado caso su vida podría cambiar drásticamente el día que nosotros faltemos.

Imaginemos que ya no estamos en este mundo. Nuestra familia y amigos están tan desolados que posiblemente ni siquiera se acuerden de nuestra mascota. A ésta nadie le avisará que ya no vivimos más y aún así será difícil explicárselo. No sabemos si alguien se acordará de darle de comer o de verificar si tiene agua. Posiblemente ni siquiera le permitan entrar en nuestra habitación, permanezcan ahí o no nuestros restos. Puede ocurrir que durante todo ese ir y venir de los preparativos del funeral, lo hagan a un lado y que hasta se molesten si trata de llamar la atención de los demás para jugar. En el peor de los casos, puede ocurrir que por descuido alguien deje la puerta abierta y nuestra mascota escape.



Escena de "A dog's tale (Hachiko)"



Los dolientes silenciosos


Nuestro amigo animal se convierte en un doliente silencioso, y más si no es reconfortado mientras todo ese vendaval llamado muerte termina de pasar. Es distinto con cada uno, pero tarde o temprano nuestros amigos animales se percatan de que no regresaremos a casa.

Algunos esperarán paciente o impacientemente a que en dado momento abramos la puerta, otros dejarán de comer (sobre todo si somos los únicos que los alimentamos) y no faltará el animalito que se deprima y permanezca echado todo el tiempo, quizá en los sitios donde solíamos pasar más tiempo dentro de casa. Por supuesto, también habrá aquellos que rápidamente se adapten a nuestra ausencia y sigan con su rutina de siempre. Pero lo que sí creo es que todos pasan por un periodo de duelo.





Preparando nuestra partida

Dejar nuestros pendientes en orden para el día en que faltemos y facilitar así la vida de aquellos a quienes dejamos atrás. Independientemente de las cuestiones legales (testamentos, por ejemplo) y otros trámites (como los funerarios), debemos también pensar en las cosas pequeñas, que también son importantes.

Una propuesta muy interesante es hacer un escrito con nuestro puño y letra en el que manifestemos no sólo nuestros sentimientos hacia nuestros seres queridos (una especie de catarsis), sino de que hagamos un apartado especial para indicarles a ellos qué hacer con nuestras posesiones, como serían ropa, libros, discos, diversos artículos personales y todo aquello que hayamos acumulado y/o atesorado durante nuestra vida. Estos es magnífico porque partiendo de esto podemos entonces heredar nuestras pertenencias y llegar así al renglón de nuestras mascotas.

Debemos pensar bien qué destino les espera a nuestros amigos animales que ahora comparten su vida con nosotros. No es necesario atravesar por una situación límite como lo sería una enfermedad terminal, sino que ahora que estamos sanos y en pleno uso de nuestras facultades podemos pensar seriamente en el destino de nuestros queridos animales si es que nosotros nos adelantamos a ellos.




Nuestro testamento privado

No es necesario que sea un documento excesivamente formal y tiene la ventaja de que tampoco es necesario llevarlo ante un notario, ya que es de carácter estrictamente íntimo y personal. Lo que sí es importante es informar a nuestros seres queridos de la existencia de dicho documento para que sea leído cuando ya no estemos en este mundo. Cada quien debe decidir de forma personal a quién dejará sus posesiones, pero debe pensar cuidadosamente en la persona a quien va a dejar encargada a su mascota.

Esta decisión es la más importante de este testamento porque estamos encargando a un ser vivo que siente. Aunque sea fácil decir “a mi pareja”, “a mis hijos”, “a mis padres”, debemos tomar en cuenta los siguientes diez puntos:


- ¿Puede esta persona, de acuerdo a su edad, encargarse de nuestra mascota?

- ¿Cuenta esta persona con espacio y recursos suficientes para tener a un animalito?

- ¿Cuenta con la paciencia necesaria para volver a entrenarlo sobre dónde hacer sus necesidades? (si el animalito cambia de casa)
- ¿Cuenta con tiempo para jugar y sacarlo a pasear?
- ¿Dispone de tiempo y ánimos para bañarlo, peinarlo y acariciarlo?
- Si ya tiene otra(s) mascota(s), ¿se llevará bien con la nuestra o será un completo desastre?

- ¿Le dará un buen lugar para dormir y guarecerse o simplemente la enviará al patio trasero, o peor aún, a la azotea?

- ¿El resto de la familia de esta persona (en el caso de que se la dejemos a alguien fuera de nuestro núcleo familiar) está de acuerdo en aceptar a nuestra mascota?
- ¿Alguien de ahí es alérgico a los animales?

- Y lo más importante: ¿realmente esta persona ama a nuestra mascota o simplemente la tolera y acepta porque teme causar una mala impresión a nosotros?


Las preguntas anteriores no son fáciles de responder, y tenemos que ser bastante honestos con nosotros mismos para hacerlo, porque de nosotros depende enteramente el destino de nuestro animal, estemos vivos o no.


.: Sigue parte 2 :.



Extraído del artículo:
"Lo que pasa cuando muere el dueño de una mascota"
de Mayra Cabrera
Con la tecnología de Blogger.